Las manos del artesano Eugenio.
por Prof. Francis Gásperi/
Publicado en Semanario Entrega 2000 el 25/07/2014
Hace unas cuentas entregas atrás, hablábamos sobre
cuestiones de arte y artesanía, del necesario camino artesanal que recorre el
arte. Desde aquellos lejanos talleres
renacentistas donde se dirimían estas cuestiones y se lanzaba ese artesano al
mundo procurando ser reconocido por su obra, como un artista. Podríamos decir que muchas diferencias entre uno y otro
no encuentro. Hoy quiero hablarles de un gran artesano, que hizo de su trabajo
un arte, un laburante que a impulso de
sus manos edificó su propia historia. Nacido muy cerca de Rosario Dpto.de
Colonia allá por el 25 del siglo pasado, a un año de ganar nuestra primera
medalla olímpica, con los años y aun muy joven, Eugenio se afinca sobre las
márgenes del Rio San Salvador, parajes de Guimera, donde se dedica a cuestiones
del campo. Se casa con una doloreña, -la
Tota- y por los los años 50 comienza a impulsos de su padre a volcarse a la
labor artesanal de fabricar silllas. Una
actividad que la convirtió en su profesión y con la cual es conocido en
todo el pueblo. Para conseguir la leña
material principal de sus quehaceres, tomaba su embarcación y sus remos y
partía San Salvador abajo en procura de la materia prima. En su fiel “Taranta”,
curioso nombre de su canoa, traía grandes cantidades de leña cortada a sierra
de mano y un buen mazo de cardas, especie vegetal de hojas llenas de espinas
que cortaba a machete y dejaba secar para convertirla en el asiento de las
sillas. Las primeras sillas, bastante rusticas eran trabajadas a corte de hacha
y machete, tejidas con un trenzado de cardas secas y remojadas que duraban una
vida. Comenzaba a ser reconocido en el barrio y el pueblo entero como el
sillero Martinez. Para los crudos inviernos donde el sol escaseaba, se había
armado una especie de horno a leña donde a humo de chilcas y aserrín, secaba la carda durante cuatro o cinco días.
Durante este tiempo aprovechaba para
agarrar el winche y sus trampas y
a puro remo recorrer el San Salvador o el Bizcocho en busca de sus nutrias y
zorros de los que aprovechaba carne y
piel, para ese entonces década de los 70, las pieles eran muy requeridas y bien
pagadas. A la vuelta de sus aventuras, retomaba la actividad, sacaba la carda
de su improvisado horno y mojando el material comenzaba el trenzado para
confeccionar el asiento de sus sillas, sillones y bancos que vendía al pueblo o
“exportaba” a Montevideo, donde tenían gran aceptación por su economía y
durabilidad. Con los años logra comprar un motorcito y se armó una mesa de
cortar madera, un banco con todas las herramientas compradas con gran esfuerzo,
un taladro de pecho, cepillos y
garlopas, formones y martillos, toda una pequeña industria. Ahora podría cortar
la madera de álamo, sauce o paraíso con más rapidez y limpieza, la producción aumentaba y se vendía
como pan fresco, la gente le pedía alguna innovación, ya que el diseño era
bastante sencillo, por lo cual le agregaba varillas de mimbre y otros adornos
en el espaldar. Era posible también pintarlas con esmalte sintético, de esa
manera eran “eternas”. Pero ya para los noventa –Mercosur mediante- comenzó la
competencia de las sillas de plástico y el viejo artesano se la vio complicada
para subsistir, con todo, el negocio aguantó un poco mas, aunque los pedidos
eran más esporádicos las refacciones de asiento paraban un poco la olla. Hace
poco recorrí el viejo taller artesanal, aun mantiene su vieja mesa de cortar
con su motor checoslovaco que aun funciona
como hace cincuenta años, sus
herramientas sus martillos y enseres. Toda una vida entregada al trabajo. Que fue del viejo artesano? Aún se lo puede
ver mirando el mundial en su vieja TV 14”
en su casa, sentado frente a la estufa a leña y aunque ha perdido a su
querida Tota, y casi por completo la memoria con sus casi noventa años, a veces me mira y parece
acordarse de que alguna vez trabajé junto a él haciendo sillas, o remando en la
“taranta”, mi querido abuelo Eugenio Martinez.
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